sábado, 8 de octubre de 2011

Costumbrista


Estábamos a pocos días de que llegara el gran espectáculo a la ciudad, el mismo que traía la oscura y atractiva fama de ser un oscuro ritual en el que participaban extraños que adoraban figuras paganas. Según los que ya lo habían visto (los del pueblo mas cercano a la capital) y esto sólo se sabía de oídas, algunas personas se habían vuelto locas, en especial los niños mas grandes del orfanato, los mismos que no vieron la luz del día hasta después que hicieron la primera comunión, estando casi en edad de casamiento.

La primer persona que llegó con la Legión nos resultó espeluznante a los adultos y graciosa a los niños, que pensaban era un disfrazado de las fiestas patronales; tenía los cabellos erizados, como si hubiera salido de una explosión de pólvora, la piel pálida como la cal y los ojos hundidos, muy pequeños, que parecían huir mas al fondo; por si esto fuera poco, hacia bizcos y en ocasiones veía a dos lados diferentes a la vez, a voluntad, siempre que, según nos imaginábamos, se lo ordenaban los espíritus a los que se encomendaba. De esta forma,  podía ver a dos personas a la vez, y causar miedo así a dos almas al mismo tiempo.

Traía consigo lo que llamaba el método para entrar en contacto con el más allá, una especie de artilugio que resplandecía con los rayos del sol, que nadie mas estaba autorizado a utilizar mas que él, so pena de morir o perder la razón para siempre, según sus propias admoniciones. El aparato con el que nos sorprendió a todos era apenas un tubo metálico, como las latas que no conoceríamos hasta mucho tiempo después, al parecer pesada, aunque en apariencia casi hueca, en la que después de ponerse en trance, como él llamaba a sus introspecciones, daba inicio a la función. Lo primero que hacía era pedir autorización a iniciar el contacto, suplicaba ceremoniosamente por un lado del tubo, esperando un momento prudente antes de acercarse al oído el émbolo para esperar la respuesta, como quien recibe una revelación.

Todos escuchaban las historias que contaba el advenedizo, con una mezcla de miedo y excitación, en las que afirmaba haber entrado en contacto con los célebres hermanos Flores Magón (aunque no especificaba con cual), entre otras personas ilustres de la Nación, pero en siquiera una persona del pueblo había podido mas la curiosidad que el miedo, por eso nadie había querido preguntar por sus muertos, ni siquiera la viuda del francés, doña Gertrudis, a la que su esposo recién fallecido se le aparecía cada que Dios amanece y hasta en las marraneras, siendo éstas sólo apariciones, pues nunca cruzaron palabra.

Contrario a lo que todos esperaban, la primera persona que se aprestó para probar y aprovechar la oportunidad de desenmascarar al impostor fue el recién llegado padre Abelardo, quien no se cansaba de desacreditar en misa a esa turba de vividores.

Sucedió en la tarde del sábado, después del servicio de las seis,  que al terminar de decir el Pueden ir en paz, el hombre de Dios se  transformó mostrando un semblante duro, con una determinación nunca antes vista en el pueblo, en ningún hombre. Desde que bajó del púlpito, se encaminó hacia la salida de la parroquia, que algunos imprudentes obstruyeron por la emoción, a enfrentarse en un duelo a muerte con el diablo, una batalla épica de la  eterna confrontación del bien contra el mal, sin nosotros saber entonces que ambos jugaban del mismo lado.


(Fragmento)