Se había sentido repentinamente
acosado por la ansiedad y la depresión, pero para Roldán no significaban
padecimientos desconocidos, había librado batallas contra estas patologías
desde que era un niño, por lo que ya conocía los paliativos que lo harían
sentirse bien; y uno de ellos era correr, practicar esta actividad liberaba
endorfinas en su cuerpo, corría en las mañanas muy temprano o en la noche, al
llegar del trabajo o antes de despuntar el alba, se le podía ver corriendo
frenéticamente en alguno de los extremos de la noche, como queriendo alcanzar
la ansiada liberación o tratando de exorcizar sus demonios internos.
El lugar elegido era el mismo en el
que había jugado de niño, estaba al cruzar la avenida con la que topaba su
calle, se trataba apenas de una vereda estrecha de asfalto improvisada sobre un
amplio camellón, dentro de una colonia poblada de lotes baldíos, medianamente
habitada por gitanos, comerciantes, burócratas y narcotraficantes, una extraña
simbiosis entre casas espaciosas, bodegas y negocios de todo tipo, una colonia
hecha para maestros a los que nunca les llegaron los créditos para poder
comprar.
En los momentos en los que se dedicaba
a correr, Roldán trataba de limpiar su mente, de calmar sus ansias, todo
quedaba afuera en esos momentos, trabajo, rutina y hasta su inexistente vida
amorosa, lo que él consideraba fuente de todos sus males. Correr se había convertido
en una suerte de obsesión en su vida, en el trabajo pensaba en que llegara el
momento para ir a correr y no pocas veces se sorprendía a si mismo soñando con
la vista fija en el asfalto, avanzando bajo una oscuridad tímidamente
iluminada.
Esta actividad se había convertido además
en su terapia, una especie de catarsis en la cual se replanteaba el transcurrir
de su vida, tratando de interpretar que era lo que no funcionaba en su
presente.
Poco faltaba para terminar el mes de
octubre, el infernal calor había cedido paso a un clima templado y de lluvias
escalonadas, algo que le resultaba particularmente agradable ya que detestaba
el bochorno y tenía una especial predilección por el fin de año, en especial
por el mes que antecedía al de su cumpleaños, para el que restaba apenas una
quincena.
Ese martes fue uno de esos días donde nada
sale bien, una serie de sucesos se conjugaron para que tuviera un día
desastroso en el trabajo, por lo que de camino a casa pensó en asistir a su único
refugio, se dijo para si que ese día correría mas con el fin de resarcir el
daño que ese día le había infligido.
Llegó a casa sólo a pisar base,
rápidamente se puso ropa deportiva y apenas alcanzó a beber un vaso de agua del
grifo, salió como impulsado por un resorte a la calle y se enfiló hacia la
avenida, cruzó por debajo del puente y sin calentar, se dispuso a iniciar el
trote a paso lento pero firme, símil de la caminata olímpica.
Notó de inmediato que ese día el
camellón estaba inusualmente vacío, desprovisto de las mismas personas que como
él practicaban algún tipo de actividad física, situación que en un principio le
resultó inquietante, pero que con el correr de los minutos y de la abstracción
en su propia actividad le pareció intrascendente.
En un punto en que trotaba con la mirada
fija en el pavimento, de reojo pudo notar que tenía a una persona enfrente y
detuvo su andar, al alzar la vista, de inmediato pudo apreciar que se trataba
de una mujer, muy joven, con una piel de una blancura muy fina y una belleza casi
insultante, vestida apenas con una especie de túnica semitransparente cortísima,
que dejaba ver formas corpóreas que le remitieron a la Venus de Milo. Lo
primero que asistió a su mente fue que estaba soñando, reforzó este pensamiento
el hecho de que la aparición no pronunciaba palabra alguna, hasta pasados unos
instantes que le parecieron una eternidad.
-
Te invito a una fiesta – le dijo con voz
angelical, cuasi infantil
-
¿A una fiesta? ¿Dónde? Intrigado, de pronto imaginó
una fiesta de disfraces
-
Aquí, mira, ven - tomándolo del brazo, lo dirigió hacia un cerco
de maleza al lado de una pequeña iglesia
Al acceder al baldío, a través de
ramas y una vieja cerca oxidada, alcanzó a ver un claro en el centro, una
incipiente fogata y otra chica, igual o mas hermosa aun, vestida de la misma
forma que la primera, que se dedicaba a formar con piedras de río una estrella sobre
el terreno, una estrella envuelta a su vez en un círculo formado con lustrosas piedras
negras.
-
Hola - le dijo la anfitriona, con una sonrisa sardónica
-
Ya lo traje - susurró una a la otra, con una voz
sumisamente apagada
-
Hey, hola que tal – solo atinó a decir Roldán,
desconcertado por la situación.
En el área central, que parecía haber
sido limpiada exprofeso, se encontraba una fogata, enormes libros, al parecer
muy antiguos, muñecos confeccionados con tela amarrada con hilos y una daga de
tamaño considerable que colgaba de una rama, un montón de leña, vasijas y un
montículo de tierra.
Mientras veía todo a su alrededor, le
pidieron que se sentara en el montículo, tan pronto como lo hizo, sin decir
palabra se le abalanzó una de las jóvenes musas, se desnudó rápidamente, lo
desnudó a él y tuvieron sexo de una forma compulsiva, violenta. Dentro de su
repentina excitación, Roldán no alcanzaba a comprender lo que estaba pasando,
quería pensar que era un sueño, una loca alucinación narcótica pero no, todo se
ajustaba a la realidad, una realidad que hasta hace unos instantes le habría
parecido inasequible.
Todo excedía lo que su imaginario
habría considerado posible hasta ese entonces, estaba saciando sus instintos
sexuales como nunca lo había hecho con una chica sorprendente a la cual acababa
de conocer, mientras la otra hermosa joven se mantenía expectante, viéndolos
hacerlo con una morbosidad que lo excitaba aún mas. Un vago pensamiento asaltó
su mente, en algún momento meditó en si esto sería una compensación por tantos espacios
grises en su vida, lo que él consideraba una triste repetición de lugares comunes.
Al terminar el trance, cayó abatido,
cansado por tan satisfactorio esfuerzo, las mujeres tomaron un par de vasijas,
algunos leños y se dirigieron hacia la fogata, mientras Roldán permanecía
recostado desnudo con los ojos entreabiertos, pensando en nada, al momento que receloso
veía a ambas doncellas hablando quedamente entre si, murmurando letanías incomprensibles, insertando puntas de madera en los muñecos de trapo.
Para su sorpresa, cuando quiso
incorporarse instantes después no pudo hacerlo, tenía los ojos muy abiertos pero
no tenía control sobre sus extremidades, aterrado, intentaba mover brazos y
piernas pero sus esfuerzos eran inútiles, tampoco podía hablar, trató de abrir
la boca o emitir algún ruido pero fue incapaz de producirlo, casi no sentía la
boca salvo un nudo en la garganta, se sintió como un insecto atrapado dentro de
una telaraña.
Vio que una de las doncellas lo miró a
los ojos. Tan pronto como advirtió el terror y la desesperación de que era
presa Roldán, se dispuso a tomar el puñal que colgaba de la rama torcida, una
daga resplandeciente que asemejaba un gran colmillo de plata, en tanto que la
otra doncella sostenía entre sus manos el enorme libro abierto; ambas se
aproximaron invocando hacia él. Lleno de terror y angustia, sintió cómo la daga
le desgarraba las entrañas una y otra vez, mientras que en el rostro de las
doncellas se dibujaba un gesto de excitación depravado.
El cuerpo masacrado de Roldán Jiménez sería
encontrado a la mañana siguiente dentro de la iglesia contigua al lugar donde
sucedieron los hechos.
FIN