bitácora
domingo, 5 de mayo de 2013
jueves, 21 de febrero de 2013
Homeless shelter
Un desconocido me paró en la calle y me dijo:
-
Vaya hacia aquel lugar, apuntando
con el dedo un callejón angosto
-
Al lado de esas cajas, hay un
espacio donde el espeso humo que sale de la alcantarilla bordea como si se
tratara de una barrera invisible.
Llegué hasta este
punto y en efecto, el humo que emanaba de las rejas topaba con esa pared
imaginaria, me interné dentro de este espacio por un momento y pude notar una
sensación extraña invadir mi cuerpo. Me sentí mucho más liviano, pensé de
pronto que así se sentiría estar flotando, tardé un poco en percatarme que,
sorprendentemente, no estaba respirando y no sentía calor ni frío, a pesar de
que la temperatura en esos momentos era de 0 grados.
Estuve pocos
instantes dentro de esa especie de ‘cámara’, un rincón en este callejón sin
salida a dos cuadras del trabajo que se volvió parte de mi rutina, todos los
días llegaba para estar un rato en aquel sitio, notando en cada oportunidad
cosas distintas, como que no me detectaba el pulso en las muñecas ni los latidos
de mi corazón, los relojes paraban su marcha, tanto el digital como el análogo
y me cercioré que no fuera por falta de batería.
En los días
subsecuentes, realicé toda clase de experimentos posibles, llevé conmigo
algunos aparatos para hacer mediciones y todos mostraban datos fuera de lo
normal, al parecer en aquel lugar regía un patrón atmosférico y gravitacional
distinto y fluctuante, pero esto no afectaba mi bienestar de ninguna forma, al
contrario, lo estimulaba.
Me sentía
profundamente intrigado por este sitio, recuerdo el primer día haber creído
fervientemente que se trataba de un sueño, pero no, no era un sueño, ni estaba
drogado, en eso sólo había experimentado siendo mas joven. No le revelé a nadie
nada sobre este ‘espacio’, no quería que me juzgaran loco, lo mantuve como mi
secreto mejor guardado.
Me trataba de
explicar sin éxito que era ese enigmático cubo, tener la oportunidad de
experimentarlo era lo mas extraordinario que había pasado en mi existencia, me
sentía muy afortunado pero también de pronto me asustaba la idea de morir en
aquel callejón al lado de cajas, basura y ratas.
Había pensado en
darlo a conocer al mundo y con esto hacerme famoso, abandonar mi empleo,
comprar ese pedazo de terreno y cobrar por vivir la experiencia de estar unos
instantes en tan fantástico sitio.
Uno de esos día
llegué, como de costumbre, cuando al bajar del autobús vi cerca de mi espacio
(para entonces ya sentía cierta pertenencia) a un grupo de reporteros con
cámaras y micrófonos transmitiendo desde el callejón, sentí que el alma se me
bajaba al piso cuando vi al acercarme mas a un equipo de científicos con bata
haciendo mediciones con los mismos aparatos que yo había llevado antes.
En la tarde, ya se
había dado a conocer en toda la ciudad la noticia, todos estaban fascinados y
querían ir a conocer aquel misterioso pasadizo, sin saber que la puerta se
cerraría en unas pocas horas y todo en aquel pasillo perdería su fugaz atractivo,
que los aparatos mostrarían las mismas mediciones que en los sitios
circundantes, que la magia en había terminado.
Aún habito este
lugar, he vivido aquí durante un tiempo esperando que la puerta vuelva a abrir,
las cajas son mi techo, busco entre la basura mi alimento y vivo en una lucha
constante en contra de las ratas, la gente dice que estoy loco, pero en el
fondo saben que si un día la puerta se vuelve a abrir yo seré el primero en
entrar y ahora cerraré desde adentro. En el fondo ellos saben que no estoy
loco.
martes, 16 de octubre de 2012
jueves, 15 de marzo de 2012
Ser grande
En esa época, ser grande para mi era usar jeans, mi hermano mayor los vestía cuando iba a la Facultad de Economía, de forma que para mi el ser grande representaba eso, como salir a la escuela lejos a otro sector de la ciudad. Por ese tiempo yo siempre vestía shorts porque era un niño y todos los niños los usábamos para jugar al fútbol y porque hacía mucho calor resultaba una vestimenta bastante conveniente. En ocasiones iba con mi hermano al centro de la ciudad a buscar libros en las librerías de viejo y me vestía con pantalones de mezclilla y por alguna razón sentía que entraba a un mundo de gente grande.
El hecho de llegar al centro en sí representaba entrar a un microcosmos en la zona que está por El Mesón Estrella, El Mercado Juárez y Colegio Civil. Entrar en esas librerías viejas representaba otra experiencia aparte pues era como entrar en otra época, libros amontonados sobre estantes viejísimos o tirados sin ningún orden sobre mesas, apilados unos sobre otros con cierta gracia o sin ella, sin hablar de los hombres que atendían las librerías, hombres viejos que parecían haber estado en el negocio por décadas, sentados detrás de escritorios con las tapas desgastadas, con un ventilador viejo y una radio encendida en las estaciones de rock clásico o de música de tríos o de música clásica.
Recuerdo haber ido en mas de una ocasión a la Biblioteca Central que está en la Macroplaza, donde a menudo mi hermano se encontraba a sus amigos de la Facultad que estaban estudiando y en donde regularmente había exposiciones a cargo de un bibliotecario en las que se hablaba sobre ciertos temas relacionados con política mundial, filosofía o temas de actualidad. Hace poco me di cuenta que eso es mi vida; y me di cuenta de eso al ver el desaparecido programa de televisión Taller Abierto de mediados de los noventas con El Gran Silencio tocando en una azotea de una casa en la Unidad Modelo. Aquí uno de esos vídeos.
martes, 14 de febrero de 2012
miércoles, 18 de enero de 2012
sábado, 8 de octubre de 2011
Costumbrista
Estábamos a pocos días de que llegara el gran espectáculo a la ciudad, el mismo
que traía la oscura y atractiva fama de ser un oscuro ritual en el que participaban extraños que adoraban figuras paganas. Según los que ya lo habían
visto (los del pueblo mas cercano a la capital) y esto sólo se sabía de oídas,
algunas personas se habían vuelto locas, en especial los niños mas grandes del
orfanato, los mismos que no vieron la luz del día hasta después que hicieron la
primera comunión, estando casi en edad de casamiento.
La primer persona que llegó con la Legión nos
resultó espeluznante a los adultos y graciosa a los niños, que pensaban era un
disfrazado de las fiestas patronales; tenía los cabellos erizados, como si
hubiera salido de una explosión de pólvora, la piel pálida como la cal y los
ojos hundidos, muy pequeños, que parecían huir mas al fondo; por si esto fuera
poco, hacia bizcos y en ocasiones veía a dos lados diferentes a la vez, a
voluntad, siempre que, según nos imaginábamos, se lo ordenaban los espíritus a
los que se encomendaba. De esta forma,
podía ver a dos personas a la vez, y causar miedo así a dos almas al
mismo tiempo.
Traía consigo lo que llamaba el método para entrar en contacto con el más
allá, una especie de artilugio que resplandecía con los rayos del sol, que
nadie mas estaba autorizado a utilizar mas que él, so pena de morir o perder la razón para siempre, según sus propias
admoniciones. El aparato con el que nos sorprendió a todos era apenas un tubo
metálico, como las latas que no conoceríamos hasta mucho tiempo después, al
parecer pesada, aunque en apariencia casi hueca, en la que después de ponerse en trance, como él llamaba a sus
introspecciones, daba inicio a la función. Lo primero que hacía era pedir
autorización a iniciar el contacto, suplicaba ceremoniosamente por un lado
del tubo, esperando un momento prudente antes de acercarse al oído el émbolo
para esperar la respuesta, como quien recibe una revelación.
Todos escuchaban las historias que contaba el
advenedizo, con una mezcla de miedo y excitación, en las que afirmaba haber
entrado en contacto con los célebres hermanos Flores Magón (aunque no
especificaba con cual), entre otras personas ilustres de la Nación, pero en siquiera una
persona del pueblo había podido mas la curiosidad que el miedo, por eso nadie
había querido preguntar por sus muertos, ni siquiera la viuda del francés, doña
Gertrudis, a la que su esposo recién fallecido se le aparecía cada que Dios amanece y hasta en las marraneras, siendo éstas
sólo apariciones, pues nunca cruzaron palabra.
Contrario a lo que todos esperaban, la primera
persona que se aprestó para probar y
aprovechar la oportunidad de desenmascarar al impostor fue el recién llegado
padre Abelardo, quien no se cansaba de desacreditar en misa a esa turba de vividores.
Sucedió en la tarde del sábado, después del
servicio de las seis, que al terminar de
decir el Pueden ir en paz, el hombre
de Dios se transformó mostrando un
semblante duro, con una determinación nunca antes vista en el pueblo, en ningún
hombre. Desde que bajó del púlpito, se encaminó hacia la salida de la
parroquia, que algunos imprudentes obstruyeron por la emoción, a enfrentarse en
un duelo a muerte con el diablo, una
batalla épica de la eterna confrontación
del bien contra el mal, sin nosotros saber entonces que ambos jugaban del mismo
lado.
(Fragmento)
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